Durante los primeros años de vida, los niños no solo están aprendiendo a caminar o a hablar, sino también a alimentarse de manera adecuada. Para los más pequeños, especialmente los menores de dos años, la comida no es solo un acto de supervivencia, sino un proceso de aprendizaje continuo que se basa en la observación e imitación. Los niños en esta etapa de desarrollo se fijan en los hábitos de quienes los rodean, y su mayor referencia suelen ser los adultos, particularmente sus padres.
Es fundamental que las comidas familiares se conviertan en una oportunidad para enseñar buenos hábitos alimentarios, no solo a través de explicaciones o la teoría, sino con el ejemplo directo. Los niños en esta etapa no comprenden completamente por qué deben comer ciertos alimentos, pero sí observan y reproducen lo que ven. Si nosotros como adultos demostramos una actitud positiva hacia los alimentos saludables, como las frutas, verduras y alimentos frescos, es mucho más probable que ellos los acepten y disfruten también.
A menudo, subestimamos la capacidad de los niños para aprender simplemente observando. Sin embargo, su admiración por nosotros y su deseo innato de parecerse a los adultos que aman y confían es inmenso. Los pequeños nos miran como modelos a seguir en todo momento, por lo que nuestras acciones, desde cómo nos servimos un plato hasta la actitud que mostramos frente a una comida nueva, tienen un impacto mucho mayor que cualquier explicación verbal. De igual manera, al vernos usar cubiertos, ellos también comenzarán a intentar imitarnos, integrando de manera natural las herramientas necesarias para alimentarse de forma autónoma.
Es clave recordar que, en esta etapa, hablarles sobre los beneficios de una dieta equilibrada no será tan efectivo como vivirlo en nuestras rutinas diarias. Si los niños ven que sus padres disfrutan comiendo de manera saludable, serán más propensos a imitar ese comportamiento. En cambio, si perciben que los adultos rechazan ciertos alimentos o tienen actitudes negativas hacia la comida, es muy probable que desarrollen comportamientos similares. Por otro lado, es importante evitar la práctica de dejar que los pequeños coman solos para que nosotros podamos “comer tranquilos” en otro momento. Comer en familia no solo les enseña a alimentarse mejor, sino que refuerza vínculos afectivos y les da seguridad.
Por eso, invitar a los niños a compartir la mesa familiar y vernos disfrutar de alimentos variados es una de las mejores herramientas para fomentar una relación saludable con la comida desde la infancia. ¡El poder del ejemplo es mucho más grande de lo que imaginamos!